El lanzador de jabalina Braian Toledo era un ejemplo de superación en un ambiente extremadamente adverso.
ANDRÉS BURGO|El País|Buenos Aires 27 FEB 2020 – 14:27. Que un chico del tercer cordón más pobre del extrarradio de Buenos Aires se realice como lanzador de jabalinas suena tan inverosímil como que un habitante de la Amazonia llegue al éxito fabricando iglúes. Pero ese fue el milagro de Braian Toledo, uno de los únicos tres finalistas olímpicos del atletismo argentino de los últimos 68 años, desde Helsinki 1952. Toledo escaló hasta el décimo puesto en Río 2016 y a sus 26 años aceleraba su preparación final para su tercera cita olímpica, en Tokio 2020. Este jueves murió en un accidente de motos en Marcos Paz, a 60 kilómetros del centro de la capital argentina.
Maratonistas, saltadoras en largo y saltadores triples aportaron para Argentina medallas olímpicas de todos los metales en la primera mitad del siglo XX, pero entonces el atletismo nacional se hundió en un pozo negro del que solo podían rescatarlo fenómenos aislados como Toledo. Junto a los otros dos recientes finalistas, Germán Lauro (sexto en lanzamiento de bala en Londres 2012) y Germán Chiaraviglio (undécimo en salto con garrocha en Río 2016), quien más hizo por la reconstrucción del deporte base de los Juegos Olímpicos en Argentina fue el joven más improbable, un chico de una familia muy humilde en una disciplina sin ninguna tradición en el país.
Toledo llamó la atención cuando, a sus 16 años, consiguió la medalla de oro en los Juegos Olímpicos de la Juventud en Singapur 2010. Fue un resplandor en un país con gran tradición deportiva (no solo fútbol) , pero alejado de los grandes gestas en los tres deportes olímpicos más emblemáticos: atletismo, natación y gimnasia. Su actividad contaba en ese momento con solo 164 jabalineros federados, entre hombres y mujeres, de todas las categorías de Argentina.
La de Toledo no solo fue una historia singular, sino también a contramarcha. La nueva esperanza del atletismo argentino, que ya compitiendo entre mayores consiguió una medalla de bronce en los Juegos Panamericanos de Guadalajara 2011, se crio en una casilla de madera sin agua corriente.
¿Qué lleva a un pibe argentino, aunque la pregunta puede extenderse al resto de América Latina, a querer lanzar la jabalina? En el caso de Toledo fue la química con su guía inspirador, Gustavo Osorio, que dirigía una escuela municipal de Atletismo en Marcos Paz y que en cuarto grado de la primaria ya había sido su profesor de educación física. Entre ellos nació una relación que fue más allá de lo deportivo: Osorio se convirtió en el padre que Braian nunca disfrutó.
La mamá del futuro prodigio, Rosa Hidalgo, que tras su separación debió hacerse cargo de la economía familiar y trabajaba 10 horas diarias como empleada doméstica, recordó hace algunos años cómo ocurrió aquel Big Bang inicial. «Un día probó y lo hizo tan mal que la cola de la jabalina le pegó en la espalda. Volvió llorando, enojado, diciendo que nunca más iba a volver a la pista», evocó.
Como nadie podía pensar que Toledo (ni ningún otro argentino) encontraría su futuro en la jabalina, en su urgencia diaria ayudaba a su mamá a juntar el dinero que les permitiera subsistir junto a sus dos hermanas menores: les hacía la tarea a sus compañeros de colegio a cambio de unas pocas monedas y en un balde de 20 litros llevaba el agua desde la única canilla del barrio Martín Fierro hasta su casa, a 50 metros del comienzo del campo.
De a poco, sin embargo, comenzaron a llegar los éxitos, los esponsors privados y la precaria pista de atletismo de Marcos Paz cambió como sede de entrenamiento por la del Cenard, en Buenos Aires, el centro de alto rendimiento del deporte argentino. Todos los días recorría ida y vuelta más de 100 kilómetros a bordo de la pequeña moto de Osorio. También recibió la ayuda de la embajada de Hungría en Buenos Aires, que le regaló una jabalina de su país (en Argentina no se fabrican y las importadas son muy caras), y entre 2006 y 2009 Toledo pasó de lanzar 34 metros a 79 metros. Por su falta de técnica natural, los biomecánicos del Cenard le ayudaron a formar un nuevo modelo de lanzamiento.
La presidenta Cristina Fernández de Kirchner visitó en 2010 su casa en calle de tierra -a la que definió como «casi un rancho»-, instruyó su refacción y lo denominó como «el ejemplo de la Argentina que queremos». Su muerte fue tan inesperada como su éxito.